miércoles, 13 de octubre de 2010

Milanesa de cuadrada, a cuadritos

Si bien siempre fue considerada como un “arte menor”, la historieta tuvo y tiene la virtud de ser una cronista fiel de la idiosincrasia de una sociedad, sus costumbres, sus sueños, sus fantasías y, en muchos casos, sus logros y problemas cotidianos.
Es así como en un país como el nuestro, con una gran tradición de dibujantes de historieta y humor gráfico (el hermano menor de ese arte menor), se gastaron cientos de miles de plumines, lápices, carbonillas y acuarelas bocetando asados, milanesas, empanadas y bifes de todos los tamaños y colores en las situaciones más cotidianas y también en las más inverosímiles.
Lo primero que viene a mi memoria al referirme a este tema es un anuario de Patoruzú, de principios de los ’80, en el que se presentaba una payada bilingüe sobre el asado. Comezaba “Some chorizos and morcillas are roasting in the brasas…”.
La enumeración de “historietas de la carne” puede ser tan extensa como caprichosa y antojadiza. Sin embargo, se pueden tomar algunos ejemplos emblemáticos como botones de la muestra.

El indio más querido y el bon vivant más famoso

Ya que se hizo mención a Patoruzú, comencemos con la gran creación de Dante Quinterno, que debutó como personaje en 1928 con el extraño nombre de “Curugua-Curiguagüiga” dentro de la tira “Aventuras de Don Gil Contento”. Rebautizado rápidamente como Patoruzú, por razones obvias, el personaje deambuló por distintas publicaciones hasta consolidarse definitivamente en 1931 con su propia historieta.
Patoruzú es un indio patagónico, último descendiente de los tehuelches, que presenta muchas de las características que pueden asociarse al ideario del “campo argentino”. Por sus páginas, a lo largo de los años y las décadas, desfilaron toros, novillos, vacas, asados, asadores y hasta plantas frigoríficas (ver ilustración).
Un dato significativo es que Patoruzú fue criado en base a una ingesta sostenida de empanadas de carne, plato elaborado por su nodriza, “La Chacha”. Tal era el fanatismo de esta señora que fumaba pipa por las empanadas que en un capítulo –en el que se relata el frustrado casamiento de Patora, la hermana del indio- llegó a preparar 5.000 en un solo día.
La infancia de Patoruzú mereció su propia revista, Patoruzito, que comenzó a editarse, a empanada limpia, en 1945, convirtiéndose en un fenómeno de ventas.
Otro personaje de Quinterno, el padrino de Patoruzú, un porteño pusilánime que solamente buscaba la forma de engañar al indio, desdobló su personalidad y se convirtió, a partir de 1940, con su propia tira, en el “play boy mayor de Buenos Aires”. Isidoro Cañones se transformó rápidamente en la “vedette” del sindicato editorial de Quinterno y en 1968 tuvo su propia revista, “Locuras de Isidoro”, superando los 300.000 ejemplares de venta desde su creación y hasta 1976.
“Locuras de Isidoro” fue una revista innovadora porque incorporó personajes, lugares y marcas reales. Un día perfecto para Isidoro era comenzar con aperitivos en algún bar famoso y terminar en un casino o la boite Mau Mau, pero siempre degustando buenos asados en alguna parrilla de renombre, como “La Raya”, “Happening”, “La Estancia” o “El Mangrullo”.

Mafalda, la sopa y las milanesas

La comida emblemática de la tira Mafalda, que se editó entre 1964 y 1973, era la sopa, una especie de “alimento archienemigo” del recordado personaje. Sin embargo, en una entrevista concedida a la BBC, Joaquín Salvador Lavado, “Quino”, su creador, señaló que la sopa era una alegoría de los gobiernos militares y que, Mafalda, como todos los niños seguramente era fanática de la milanesa y las papas fritas.

Inodoro Pereyra, “el renegau”

Creado por Roberto Fontanarrosa a fines de 1972 para la revista “Hortensia”, Inodoro Pereyra (“Pereyra por mi mama, e Inodoro por mi tata, que era sanitario”) era un gaucho solitario y chúcaro, vago y con la viveza criolla a flor de piel. A partir de 1976, cuando comenzó a publicarse en el diario Clarín, las tiras pasaron a ser unitarias y muchas veces hicieron referencia a la situación social y política del país. Por eso mismo, la carne y sus vaivenes también ocuparon un lugar de importancia en el mundo de don Inodoro: “¡Mire esa vaca, Serafín! Musa inspiradora de miles de composiciones escolares… ¡Y ahora es acusada de traficante de colesterol por el naturismo apátrida! Nos da su leche, su carne, su cuero. ¡Lo quiero ver a usté haciéndose una campera de zapallitos!”

¿El Eternauta también?

Aunque se podría suponer que Juan Salvo, el protagonista de “El Eternauta”, como todo buen argentino es fanático del asado, no hay escenas dibujadas que así lo demuestren en la historieta con más renombre internacional.
Sin embargo, la historia más famosa de la historieta argentina, comienza con un partido de truco entre amigos, por la noche, en una típica casa chalet del norte de Buenos Aires. En “El Eternauta” no se dice, pero tratándose de un grupo de hombres que juegan al truco después de cenar en una casa de los suburbios, se puede asegurar que Salvo, Favalli, Lucas y Polsky acababan de comer un buen asado.
Sí hay menciones parrilleras en la versión literaria de la historia*: “Por un momento me pareció estar viendo a los amigos, trabajando con palas junto a un gran fuego -demasiado grande, como siempre- para el asado que debíamos preparar...”.
Lo que está debidamente documentado es que Oesterheld y Solano López se juntaban asiduamente a comer asados en una casa de Beccar para urdir una historieta sobre la guerra contra el Paraguay.
“El Eternauta” fue publicada inicialmente en “Hora Cero Semanal”, entre 1957 y 1959, con guiones de Héctor Germán Oesterheld –desaparecido durante la última dictadura militar, por su militancia política- y el dibujante Francisco Solano López.
La presunción del asado previo a la nevada mortal que cae sobre Buenos Aires al comienzo de la historia no es descabellada si se tiene en cuenta que en 1958 el consumo de carne vacuna en la argentina superaba los 98 kilogramos por habitante.

Piturro

Como no podía ser de otra forma, el menos académico de los personajes argentinos, llegó desde Córdoba de la mano de Héctor Olivera, en 1974.
Piturro, vago, guarango y mujeriego, representaba el “lado oscuro” del glamoroso Isidoro Cañones, y tuvo también en “Piturrín” su versión para niños, menos picaresca.
Una característica de Piturro –además de sus besos, chorreantes de saliva y con una lengua que literalmente atenazaba a sus compañeras-, lo hace merecedor de figurar en esta lista: siempre se atiborraba de milanesas en la pensión en la que malvivía. A punto tal que terminaba de comer con una panza prominente –que había crecido durante la ingesta- y los pantalones desbrochados para evitar la presión sobre ese cementerio de carne rebozada, a la que accedía, obviamente, de garrón y sin que nadie lo hubiera invitado.

Historietas de la carne

Si tomamos como válida la definición de Humberto Eco** (1973), que sostiene que “los cómics, en su mayoría reflejan la implícita pedagogía de un sistema y funcionan como refuerzo de los mitos y valores vigentes”, podemos entender la fuerte relación que existe entre la carne –ese mito, ese valor, siempre vigente- y la historieta nacional.
A diferencia del estadounidense Popeye, que obtiene su fuerza de la espinaca, o del galo Asterix, que es indestructible gracias a una extraña poción mágica, los héroes argentinos de historieta no tienen superpoderes, pero se hicieron fuertes gracias a los asados, las empanadas y las milanesas.

Luis Fontoira
Publicado en la Revista Integración Nro. 8
Octubre 2010


Notas:
*1-El Eternauta y otros cuentos de ciencia ficción. H.G. Oesterheld. Ediciones Colihue.
**-Escritor y filósofo italiano, experto en semiótica.


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