miércoles, 24 de febrero de 2010

1968: Carne sobre carne


La escena parece sacada de un cuento de María Elena Walsh. Una joven de cara limpia, ojos profundos y mirada aniñada dice con candidez: “¿Usted es Humberto, el que trabaja con el camión del frigorífico? No sé cómo pagarle, no tengo dinero”. La cámara, con movimientos algo rústicos, realiza un primer plano de la cara del interlocutor. Es un hombre mayor, de gesto adusto y ojos que apenas logran velar el desenfreno. La escena ya no parece infantil, y menos aún cuando el señor le contesta sin tapujos a la joven: “Pero tenés carne, y de la buena”. La película, estrenada en 1968 con gran revuelo entre la pacatería criolla, se llamó precisamente “Carne” y terminó de consagrar a Isabel “la Coca” Sarli como uno de los íconos de ese esquizofrénico imaginario colectivo que es la “carne argentina”.
Ese año, los veintitrés millones de argentinos devoraban con fruición casi 87 kilogramos de carne por habitante y seguían las fingidas desventuras sexuales  de la Coca Sarli en un frigorífico. La escena más emblemática del film transcurre dentro de una cámara de frío, entre cientos de medias reses que le otorgan un morboso aire de morgue. Isabel Sarli camina lánguidamente entre los ganchos, tomando notas en una libreta, cuando ve que unos zapatos de hombre se asoman entre los animales colgados. Obviamente, los zapatos son de Humberto, que nuevamente se abalanza y la arroja sobre una media res al grito de “carne sobre carne”. “Otra vez no”, se alcanza a escuchar la desolada voz de la Coca Sarli, en una escena que hoy sería prohibida tanto por el INADI como por el SENASA.
Ese año, el año de la carne sobre la carne, el General Juan Carlos Onganía tenía al país bajo sus botas, después de haber derrocado en 1966 a Arturo Illia en la autodenominada “Revolución Argentina”. Casi como en una pesadilla recurrente, en 1968 se fijaron precios máximos y se sucedieron discusiones con Gran Bretaña que había suspendido la compra de carne vacuna por un brote de aftosa. El ministro de economía, Adalbert Krieger Vasena, que había revocado las medidas de nacionalización y control de capitales del gobierno de Illia, intentó contener la inflación congelando los salarios y devaluando un 40% la moneda. El sector agropecuario fue seriamente perjudicado por la devaluación y por el aumento de los porcentajes de retención a las exportaciones, así como por la supresión de las medidas de protección y los subsidios a las economías regionales. Fue un año de revueltas estudiantiles, de luchas intestinas en la CGT –entre Raimundo Ongaro, Augusto Vandor y José Alonso-, de aumento sostenido del costo de vida, de creación del hoy polémico INDEC y de tironeos con el Banco Mundial.
1968, el año de “Carne”, fue clave para la industria frigorífica -no precisamente por la película de Sarli-, ya que la veda a la exportación de carnes con hueso exigió cuantiosas inversiones y la introducción de tecnologías para despostado, preparación de cortes enfriados y congelados. Ese año creció el mercado norteamericano, que sólo admitía canes cocidas, impulsando desarrollos en carnes enlatadas y cocidas congeladas.
Hoy, 41 años después, cuarenta millones de argentinos consumimos un poco menos de carne por año, pero con un stock ganadero similar, lo que genera tensiones entre la oferta y la demanda. Pese a ello -y a los malos augurios para la producción del año próximo-, repetida en canales de cable, en DVD, o en ese limbo perpetuo de almas que es “Youtube”, la película de Sarli marcará eternamente uno de los rasgos más profundos de la argentinidad: la pasión por la carne.

Luis Fontoira
Publicado en la Revista Integración
Nro. 1 - Diciembre de 2009