miércoles, 31 de octubre de 2012

Espionaje, marca país y la imagen de la carne vacuna argentina


En un capítulo de la popular serie estadounidense “Covert Affairs” la milanesa argenta y la parrillada son protagonistas inesperadas de una trama de espías. Pese a que el mercado está cerrado desde hace años para nuestro producto más emblemático, la carne vacuna argentina es presentada como sinónimo de calidad indiscutible, aún para aquellos que nunca probaron un bife argentino.

La sensual agente Annie Walker[1] debe trasladar a un presunto espía italiano para realizar un intercambio de prisioneros hasta la lejana tierra Argentina. Es el inicio de la trama de “All the right friends”[2], un capítulo de la segunda temporada de “Covert Affairs”[3], la exitosa serie de espías creada en 2010 y que se emite en la Argentina a través del canal de cable AXN.
“Mucho cuidado con el frío”, le advierten desde la CIA, como si se tratara de un viaje al Polo Sur. Aterrizan en un desolado aeropuerto de la “Provincia de Entre Ríos”[4], rodeado por montañas nevadas (¿?) pero el otro avión, el que debía llevarse al italiano, no aparece. Walker llama a la central y le dicen que la otra nave tuvo que aterrizar en las Islas Malvinas –Falklands- por malas condiciones climáticas. “¡Las Malvinas!”; exclama ella, “¡Eso queda como a cuatrocientos kilómetros!”, asegura, quebrantando todas las reglas cartográficas, desde Américo Vespucio en adelante.
En medio de esa charla tan esclarecedora, retumban unos disparos y la agente se ve obligada a huir junto con su prisionero por los desolados caminos rurales de la gélida tierra argentina.
“Toman prestada” una camioneta, en rigor, una chata destartalada, y recorren los senderos inhóspitos de esa curiosa Entre Ríos montañosa. Llegan a una estación de servicio -precedida por el cartel “Campos de petróleo argentino, nafta”-, una suerte de rancho mexicano con antiguos surtidores oxidados, y el italiano se niega a seguir camino sin comer algo. Entran al rancho, a cuya vera se puede ver a un “nativo” abanicando el fuego de una parrilla de tambor con un diario, y la agente se acerca a la barra de tablones, esquivando gallos y gallinas que huyen a su paso. En el fondo de la escena hay un viejo televisor que transmite un partido de fútbol con imagen descolorida y lluviosa.
Ella vuelve a la mesa –adornada con un sifón- con un extraño paquete y se lo extiende al italiano: “UUUhhhhhh, milanesa”, exclama, en perfecto castellano, el espía.
Y además, por si el televidente medio estadounidense fuera tan elemental en las artes culinarias como en las geográficas, explica –ahora en inglés-, con los ojos clavados en la milanesa: “Carne, pan rallado, huevo, todo frito rápidamente”, y concluye mientras la desgarra, tomándola con ambas manos: “Por eso quiero tanto a la Argentina.
No contentos con el giro gastronómico de la escena, los guionistas le hacen decir entre bocado y bocado: “La carne vacuna argentina es la segunda mejor del mundo”, en un claro guiño a los ganaderos texanos.
Pero hay más: la agente de la CIA, conmovida por el fanatismo del italiano, que mordisquea con fruición la carne empanada, agrega: “Yo prefiero la parrillada” (“Pariiada”, pronuncia, en un castellano forzado).
“Parrillaaadaaaaa, bene”, rubrica el tano.

Zombies futboleros

A partir de allí, la trama languidece en escenas que bien merecerían un análisis sociológico y proyectan al mundo una imagen demencial del pueblo argentino: cuando por fin llegan a Buenos Aires –ilustrado por tomas aéreas de archivo- se enfrentan a verdaderas multitudes callejeras que festejan, gritan y saltan por doquier casi como un ejército de zombies barras bravas, embanderados con la celeste y blanca, con gorros, cornetas y vinchas, festejando algo, no se sabe bien qué, vinculado al fútbol.
Después, solamente queda tiempo para el final feliz: el italiano no era espía sino periodista, los protagonistas se enamoran pero deben separarse porque ella solamente está comprometida con la CIA y su único amor es la justicia y la libertad del mundo democrático.
Fin.
La serie, en líneas generales, presenta todos los clichés del género: los agentes de la CIA son buenos, lindos, pulcros, occidentales y cristianos y luchan por un mundo mejor y más democrático; los países amateurs –como definía Mafalda a los subdesarrollados- son un rejunte de personas amontonadas y propensas a la anomia; los europeos son sofisticados pero decadentes; las personas de rasgos árabes son sospechosos por portación de cara y el mundo conspira permanentemente contra los Estados Unidos, tierra de superhéroes y guardianes de la moral.
Y en esa desquiciada paleta de prejuicios y egocentrismo, propia de Homero Simpson, radica la importancia de la imagen de nuestra carne.
Está visto que el guionista de la serie ni siquiera se tomó el trabajo de buscar datos en google, lo cual le hubiera demandado unos pocos segundos.
Simplemente escribió la historia con las vagas ideas que le “flotaban” en la cabeza. “Argentina, Argentina…”, pensó antes de aporrear las teclas de su computadora, “Malvinas, fútbol y carne”. Bingo, la historia estaba escrita antes de llegar al papel. Después fue sólo cuestión de rellenarla con tiros y una pizca de romance.

Carne argentina y marca país

El documento fundacional de la Marca País Argentina[5] proclama: “El desafío de que toda una sociedad alcance acuerdos básicos sobre su identidad, sobre lo que es y sobre cómo quiere ser vista, ciertamente no es una tarea sencilla. Sobre todo si este objetivo tiene luego que expresarse en un mensaje concreto y en una determinada imagen, susceptibles de poder ser comunicadas al mundo, de modo tal que acompañen todas las acciones hacia el exterior que resulten pertinentes”.
En ese contexto –aunque no siempre “las acciones hacia el exterior” resultan pertinentes- La carne vacuna, por elección propia y por la mirada de terceros es uno de los elementos constitutivos de la marca argentina. Más aún, de la “imagen” argentina que es mucho más importante y abarcativo que una “marca”.
Y esa imagen es tan fuerte que se sigue proyectando en forma espontánea –como en la serie mencionada- incluso sobre un mercado que está injustamente cerrado para nuestras carnes desde hace años y que motivó que la Argentina presentara una demanda ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
De cara al futuro poco importa, entonces, esa situación coyuntural de los mercados mientras que millones de norteamericanos que se atiborran con carne molida en restaurantes de comida chatarra piensen –y sigan pensando- en la famosa, renombrada y sublime carne vacuna de las pampas y continúen proyectando con sus producciones esa imagen al mundo entero.
“Al citar el nombre de nuestro país en el exterior se conforma de modo reflejo una cierta imagen mental. Desde el punto de vista de la exportación, la imagen del país deberá matizarse, es decir hay que distinguirla de la imagen de nuestros productos. La imagen de nuestro país a nivel turístico que puede ser excelente, no es igual a la percepción automática y casi inconsciente de la imagen de los productos que fabricamos a no ser algunas típicas excepciones como la carne”, escribió al respecto Pablo Furnari[6] en la revista PyMEs del diario Clarín[7].
De acuerdo al especialista, para entender la importancia del fenómeno “imagen” hay que hacer el razonamiento inverso y pensar en los valores de ciertos productos que son atribuibles a sus países de origen: “precisión suiza”, “tecnología japonesa”, “perfume francés”, “pasta italiana”, “vodka ruso” o “cigarros cubanos”.
Y en ese juego de la connotación y la denotación que se da en el inconciente colectivo internacional, más allá de la brutal caída en el stock vacuno, más allá de las trabas a las exportaciones, mucho más allá de Moreno[8] y los ROES[9], la carne vacuna sigue siendo atributo, significante y parte constitutiva de la Argentina.
Y todo esto, de cara a un mundo que demandará cada vez más alimentos, con un crecimiento estimado del 2% anual en lo referido a carnes bovinas, es una muy buena noticia, más allá de que los guionistas de la primera potencia mundial crean que en Entre Ríos hay montañas nevadas o que los argentinos somos un ejército de barras decadentes enceguecidos por el fútbol.


Luis Fontoira
Publicado en la revista Integración nro. 26 – octubre de 2012


[1] Protagonizada por Piper Pearbo, joven actriz que trabajó en películas como “Coyote Ugly” y participó en episodios de series como “House” o “La ley y el orden”. Por el papel en la serie fue nominada al “Golden Globe”.
[2] “Los amigos correctos” o “Los amigos indicados”. El capítulo fue filmado en 2011.
[3] “Asuntos encubiertos” o “Asuntos ocultos”. La serie, realizada por USA Network, comenzó a emitirse en 2010 y va por su tercera temporada.
[4] El episodio fue rodado en Canadá.
[5] Emitido por las Secretarías de Medios de Comunicación, Turismo y la Jefatura de Gabinete de Ministros (2004).
[6] Especialista en comercio exterior y marketing.
[7] 2007.
[8] Guillermo, Secretario de Comercio Interior.
[9] Nombre de los resistidos permisos de exportación implementados después del cierre de exportaciones en 2006.

miércoles, 17 de octubre de 2012

(Repost) El 17 de octubre de 1945 y la lealtad de la carne


Más allá de las ideologías que moldearon el pensamiento y la mirada de los historiadores vernáculos, más allá de las nuevas tendencias revisionistas y de la puesta en escena de esa suerte de “historia para todos”, edulcorada y feliz, de los medios de comunicación ante el bicentenario, lo cierto es que algunos de los hechos que marcaron a fuego nuestra historia –y presagiaron la “argentinidad” modelo XXI- estuvieron muy ligados a la carne vacuna.
Uno de ellos, en especial, partió como un queso la historia política en un antes y un después: el 17 de octubre de 1945.
El peronista ortodoxo, horrorizado por el párrafo anterior, se estará preguntando, mientras se tira de los pelos con espanto, qué tiene que ver el “Día de la Lealtad Peronista” con la carne, más allá de que las manifestaciones políticas sean profusas en parrillas y choripanes, como ironizaron sobre ese día Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en “La fiesta del monstruo”, el cuento más “gorila” de la literatura local.
La respuesta tiene nombre y apellido: Cipriano Reyes, uno de los “hacedores” del 17 de octubre de 1945, valuarte y mentor del sindicato de los trabajadores de la carne.
El mismo peronista ortodoxo estará ahora –dos párrafos más abajo de su primer sobresalto- al borde del colapso, porque Cipriano Reyes fue expulsado del panteón justicialista y su sola mención constituye una herejía imperdonable.
De hecho, la historia oficial partidaria pretende erradicar su nombre de ese día en el que le disputó a Eva Duarte el centro de la escena.
¿Pero quién fue, entonces, Don Cipriano?
El polifacético Reyes era hijo de un artista de circo y una madre poeta. Hasta los diez años fue contorsionista y siempre tuvo una pasión –aparentemente no correspondida- por la poesía. En 1921, se mudó junto con sus padres a Zárate, y trabajó en el frigorífico Anglo, donde dos años más tarde participaría en la formación del sindicato de trabajadores de la carne. A principios de los ’40 se instaló en Berisso, donde se empleó como obrero del frigorífico Armour y retomó la actividad gremial, en una época en que los sindicatos estaban controlados por anarquistas, socialistas y comunistas. Propició la gran huelga de 1943 y fue detenido.
Según sus palabras, el propio Coronel Juan Perón le había dicho “necesitamos hombres como usted”, después de su primer encuentro.
En 1945, cuando Perón, que era secretario de Trabajo y Vicepresidente, fue obligado a renunciar y detenido en la isla Martín García, la Confederación General del Trabajo dispuso una huelga para el 18 de octubre. No se habló de movilización alguna, pero Cipriano Reyes, entre otros, decidió marchar el día previo hacia la capital para pedir la liberación de Perón. Ese mítico 17 de octubre, los “muchachos de la carne” prendieron la mecha de la movilización popular.
“Teníamos cinco mil activistas organizados y cada uno de ellos podía traer a otros cinco, o sea que de partida contábamos con 25 mil personas dispuestas y a la mitad de camino ya éramos como 50 mil”, recordó Reyes, una y otra vez, a lo largo de su vida, desmintiendo la versión oficial de los “peronólogos” que ubican a Eva Duarte recorriendo fábricas de Avellaneda e incitando a la manifestación.
De cara a las elecciones presidenciales, Reyes fundó el Partido Laborista de la Argentina para apoyar la candidatura de Perón, y él mismo se consagró Diputado por la provincia de Buenos Aires.
Pero no todos fueron laureles para Cipriano después del triunfo del General.
Aparentemente, al dirigente de la carne no le gustaba el verticalismo y se rebeló contra la orden de Perón de disolver el Partido Laborista para conformar el Movimiento Nacional Justicialista y de integrarse a la CGT con su sindicato.
Fue así como se enfrentó abiertamente a Perón y comenzó a sufrir una serie de atentados que casi le costaron la vida. En 1948 fue acusado de un supuesto complot contra el presidente y su esposa, lo cual le valió la tortura y la cárcel.
Fue liberado en 1955 por la autodenominada “Revolución Libertadora” y reorganizó el partido laborista, pero su estrella política -pese a que falleció muchos años después, en el 2001- ya se había apagado.
Revulsivo, contestatario y “mojador de orejas” profesional, Cipriano se pasó el resto de su vida asegurando “Yo hice el 17 de octubre”, que era casi lo mismo que decir “Yo hice a Perón”, y repitiendo que ese día “Evita nunca estuvo en la plaza”, sabiendo que ambas afirmaciones eran verdades incontrastables aunque fueran verdades a medias.
En esa pelea tan desigual entre Reyes y Duarte como epicentro del “Día D” peronista, la historia seguramente olvidará a Cipriano y rescatará a Eva, conductora espiritual del movimiento. Pero nadie podrá negar que miles de trabajadores de la carne, de los frigoríficos de Berisso y Ensenada, marcharon un 17 de octubre de 1945 hacia la Plaza de Mayo y gestaron un hecho que influiría en la vida política del país tanto como lo hace la carne en los estómagos de todos los argentinos, los más carnívoros del mundo.

Luis Fontoira
Publicado en la revista Integración
Nro. 5 – Mayo de 2010


Recuadro
Cipriano, la película

Según informaciones de medios periodísticos de La Plata, hace pocos días terminó de rodarse el film “Cipriano”, dirigido por Marcelo Gálvez, obviamente basado en la vida del sindicalista de la carne.
Las escenas se filmaron en las cercanías del emblemático edificio donde funcionaba el frigorífico Swift, ubicado en la calle Nueva York de Berisso, declarada “Sitio Histórico Nacional”.
La película, que será estrenada antes de fin de año, pasará a engrosar la ya de por sí abultada lista de manifestaciones culturales argentinas vinculadas al mundo de la carne vacuna, en este caso a través del relato de las vidas de los trabajadores de la industria frigorífica.