sábado, 5 de junio de 2010

1945: El año de la lealtad de la carne

Más allá de las ideologías que moldearon el pensamiento y la mirada de los historiadores vernáculos, más allá de las nuevas tendencias revisionistas y de la puesta en escena de esa suerte de “historia para todos”, edulcorada y feliz, de los medios de comunicación ante el bicentenario, lo cierto es que algunos de los hechos que marcaron a fuego nuestra historia –y presagiaron la “argentinidad” modelo XXI- estuvieron muy ligados a la carne vacuna.
Uno de ellos, en especial, partió como un queso la historia política en un antes y un después: el 17 de octubre de 1945.
El peronista ortodoxo, horrorizado por el párrafo anterior, se estará preguntando, mientras se tira de los pelos con espanto, qué tiene que ver el “Día de la Lealtad Peronista” con la carne, más allá de que las manifestaciones políticas sean profusas en parrillas y choripanes, como ironizaron sobre ese día Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en “La fiesta del monstruo”, el cuento más “gorila” de la literatura local.
La respuesta tiene nombre y apellido: Cipriano Reyes, uno de los “hacedores” del 17 de octubre de 1945, valuarte y mentor del sindicato de los trabajadores de la carne.
El mismo peronista ortodoxo estará ahora –dos párrafos más abajo de su primer sobresalto- al borde del colapso, porque Cipriano Reyes fue expulsado del panteón justicialista y su sola mención constituye una herejía imperdonable.
De hecho, la historia oficial partidaria pretende erradicar su nombre de ese día en el que le disputó a Eva Duarte el centro de la escena.
¿Pero quién fue, entonces, Don Cipriano?
El polifacético Reyes era hijo de un artista de circo y una madre poeta. Hasta los diez años fue contorsionista y siempre tuvo una pasión –aparentemente no correspondida- por la poesía. En 1921, se mudó junto con sus padres a Zárate, y trabajó en el frigorífico Anglo, donde dos años más tarde participaría en la formación del sindicato de trabajadores de la carne. A principios de los ’40 se instaló en Berisso, donde se empleó como obrero del frigorífico Armour y retomó la actividad gremial, en una época en que los sindicatos estaban controlados por anarquistas, socialistas y comunistas. Propició la gran huelga de 1943 y fue detenido.
Según sus palabras, el propio Coronel Juan Perón le había dicho “necesitamos hombres como usted”, después de su primer encuentro.
En 1945, cuando Perón, que era secretario de Trabajo y Vicepresidente, fue obligado a renunciar y detenido en la isla Martín García, la Confederación General del Trabajo dispuso una huelga para el 18 de octubre. No se habló de movilización alguna, pero Cipriano Reyes, entre otros, decidió marchar el día previo hacia la capital para pedir la liberación de Perón. Ese mítico 17 de octubre, los “muchachos de la carne” prendieron la mecha de la movilización popular.
“Teníamos cinco mil activistas organizados y cada uno de ellos podía traer a otros cinco, o sea que de partida contábamos con 25 mil personas dispuestas y a la mitad de camino ya éramos como 50 mil”, recordó Reyes, una y otra vez, a lo largo de su vida, desmintiendo la versión oficial de los “peronólogos” que ubican a Eva Duarte recorriendo fábricas de Avellaneda e incitando a la manifestación.
De cara a las elecciones presidenciales, Reyes fundó el Partido Laborista de la Argentina para apoyar la candidatura de Perón, y él mismo se consagró Diputado por la provincia de Buenos Aires.
Pero no todos fueron laureles para Cipriano después del triunfo del General.
Aparentemente, al dirigente de la carne no le gustaba el verticalismo y se rebeló contra la orden de Perón de disolver el Partido Laborista para conformar el Movimiento Nacional Justicialista y de integrarse a la CGT con su sindicato.
Fue así como se enfrentó abiertamente a Perón y comenzó a sufrir una serie de atentados que casi le costaron la vida. En 1948 fue acusado de un supuesto complot contra el presidente y su esposa, lo cual le valió la tortura y la cárcel.
Fue liberado en 1955 por la autodenominada “Revolución Libertadora” y reorganizó el partido laborista, pero su estrella política -pese a que falleció muchos años después, en el 2001- ya se había apagado.
Revulsivo, contestatario y “mojador de orejas” profesional, Cipriano se pasó el resto de su vida asegurando “Yo hice el 17 de octubre”, que era casi lo mismo que decir “Yo hice a Perón”, y repitiendo que ese día “Evita nunca estuvo en la plaza”, sabiendo que ambas afirmaciones eran verdades incontrastables aunque fueran verdades a medias.
En esa pelea tan desigual entre Reyes y Duarte como epicentro del “Día D” peronista, la historia seguramente olvidará a Cipriano y rescatará a Eva, conductora espiritual del movimiento. Pero nadie podrá negar que miles de trabajadores de la carne, de los frigoríficos de Berisso y Ensenada, marcharon un 17 de octubre de 1945 hacia la Plaza de Mayo y gestaron un hecho que influiría en la vida política del país tanto como lo hace la carne en los estómagos de todos los argentinos, los más carnívoros del mundo.

Luis Fontoira
Publicado en la revista Integración
Nro. 5 – Mayo de 2010


Recuadro
Cipriano, la película

Según informaciones de medios periodísticos de La Plata, hace pocos días terminó de rodarse el film “Cipriano”, dirigido por Marcelo Gálvez, obviamente basado en la vida del sindicalista de la carne.
Las escenas se filmaron en las cercanías del emblemático edificio donde funcionaba el frigorífico Swift, ubicado en la calle Nueva York de Berisso, declarada “Sitio Histórico Nacional”.
La película, que será estrenada antes de fin de año, pasará a engrosar la ya de por sí abultada lista de manifestaciones culturales argentinas vinculadas al mundo de la carne vacuna, en este caso a través del relato de las vidas de los trabajadores de la industria frigorífica.

La lengua de los argentinos (es de vaca)

Si es cierto que el pensamiento se estructura sobre el lenguaje, como sostienen la mayoría de los lingüistas, se puede afirmar, en términos burdos, que “somos lo que hablamos”. Y el lenguaje de los argentinos demuestra fehacientemente la pasión que nos ubica como los primeros consumidores mundiales de carne vacuna.
En contraposición, el análisis de nuestro lenguaje también deja en claro el desdén que habitualmente sentimos por las “otras carnes” y las comidas sustitutas o alternativas.
Veamos algunos ejemplos. Las abuelas decían “fuerte como un toro” para referirse a la buena salud de un pequeño. Se sostiene que alguien tiene “lomo” o “buen lomo” cuando presenta un cuerpo agraciado y curvilíneo, en el caso de las mujeres, o musculoso, en el de los hombres. Se es de “buena entraña” si se tiene buen corazón. Pegar un “buen bife” es un vigoroso atributo de masculinidad, como lo proclaman algunas letras de tango, “ir a los bifes” es ocuparse de algo rápidamente y con pericia, y hasta el peceto (o “pesheto”) es reconocido por el “Diccionario etimológico del lunfardo” como sinónimo del miembro viril (“Tener un buen pesheto”).
La enumeración -es cierto, caprichosa-, podría extenderse a jergas específicas como la del periodismo, en la que “tener buena ‘nerca’” o “buena carne” es poseer buena información. Ni hablar, entonces, de frases con connotaciones sexuales como “carne de ternera” o “tener un buen cuadril”.
Hasta el refinado escritor Adolfo Bioy Casares incluyó el espantoso adjetivo “cárnico/a” en su “Diccionario del Argentino Exquisito”, explicando que es empleado por “personas que aspiran a ser consideradas exquisitas”.
Las únicas excepciones en este pequeño compendio del profuso lenguaje carnívoro de los argentinos son las palabras “vaca” y “vaquillona” –usadas frecuentemente como adjetivos- que inequívocamente designan a una persona que está excedida de peso (“Sos una vaca”, “estás hecha una vaquillona”).
Tal vez precisamente por ese uso peyorativo que se les da a esos dos sustantivos convertidos en adjetivos calificativos es que, según un estudio de mercado realizado en 2006 por el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA), la vaquillona es una de las categorías de vacunos menos apreciadas por los argentinos, pese a tratarse de un animal óptimo para el consumo.

De sustitutos y carnes alternativas

Pasemos, en contraposición, a las carnes y comidas alternativas o sustitutas para terminar de entender la pasión de los argentinos por la “carne”, palabra que es utilizada en nuestras latitudes exclusivamente para referirse a la carne vacuna pese a que, por definición y aunque parezca tautológico, cualquier carne es carne (pollo, cerdo, pescado, cordero, etc.).
No hay más que echar mano al curioso libro “Puto el que lee: diccionario Argentino de insultos, injurias e improperios” para comprender que “ser un chancho” o “estar hecho un cerdo” es ser o estar gordo por demás, sucio o, en el mejor de los casos, ser guarda de tren o policía (acepción del lunfardo). El “pollo” y el “gallo” son sinónimos de escupitajo, un “carnero” es el que rompe una huelga, y los “corderos” se caracterizan por su sumisión, cercana a la estupidez. Ser “pavo” es ser tonto por demás, “pescado” designa a una persona tonta o fea, y hasta las gallinas, según el “Diccionario fraseológico del habla argentina” están asociadas a una liberalidad sexual desenfrenada (léase “Más p…. que las gallinas”). Pongamos, entonces, un manto de piedad sobre la sexualidad de los tiernos animalitos y dejemos -porque para muestra basta un botón- a las ovejas de lado.
Todo esto sin mencionar la connotación de las palabras que provienen del mundo de las legumbres y las hortalizas (zanahoria, perejil, zapallo, rabanito, etc.), todas utilizadas para descalificar al destinatario. Tampoco entremos en los oscuros significantes que el morbo argento atribuye a determinadas comidas, como “ñoqui” (que, asimismo, define a un empleado público que no trabaja pero cobra a fin de mes, los días 29).
Las pastas también tienen lo suyo -además del mencionado “ñoqui”-, como “raviol”, que es un sobre de cocaína, y “fideo”, que pude ser utilizado como sinónimo de delgadez extrema o estar asociado a grotescas situaciones sexuales.
Este pequeño recorrido por la jerga argentina nos permite acercarnos un poco más a esa misteriosa y desmesurada pasión que sentimos por la carne vacuna, incluso en el plano de la lingüística, y entender por qué nos ubicamos al tope del consumo mundial.
Se podría concluir -sin temor a equivocarnos y aunque la frase no sea muy académica-, que la lengua de los argentinos, es de vaca.

 
Luis Fontoira
Publicado en la revista Integración
Nro. 4 – Abril de 2010

Fuentes: Diccionario etimológico del lunfardo (Oscar Conde, Perfil libros, 1998), Diccionario fraseológico del habla argentina (Pedro Luis Barcia, Gabriela Pauer, Emece 2010), Puto el que lee: diccionario argentino de insultos, injurias e improperios (Barcelona, 2006), Diccionario del argentino exquisito (Adolfo Bioy Casares, 1971). El consumo de carne vacuna en la Argentina (TNS-Gallup, IPCVA, 2006).